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El valor de la distancia

La comunicación no verbal ofrece muchos recursos a los cuidadores para conectar con las personas. En este artículo, Frederic Charrier, ponente de una Masterclass del programa de Supercuidadores de la UNIR dedicado a esta temática, nos propone algunas ideas acerca de uno de los aspectos menos conocidos de esta modalidad de comunicación.

La comunicación no verbal suele evocar para muchas personas una serie de gestos y expresiones corporales que nos permiten intercambiar mensajes con los demás. Lo cierto es que este tipo de lenguaje va más allá de los movimientos de nuestro cuerpo: una mirada, una sonrisa, el tono o el volumen de nuestra voz son otros aspectos que podemos modular y que forman parte de nuestra capacidad para expresarnos de manera no verbal.

Dentro de este conjunto de recursos a nuestra disposición, existe un aspecto no tan conocido y sin embargo especialmente importante en materia de comunicación: la proxémica. Esta palabra se refiere al uso que cada uno hacemos del espacio que rodea nuestro cuerpo en nuestros procesos de comunicación, es decir la distancia que mantenemos con nuestro interlocutor, y la presencia o ausencia de contacto físico entre los dos.

La proxémica considera diferentes grados de distancia en una interacción entre dos personas, y los más cercanos son la distancia íntima (a menos de 45 cm) y la personal (entre 45 y 120 cm).

Veamos un ejemplo de situación muy frecuente en la que interviene este concepto: estamos sentados en un vagón de metro, en un extremo de una fila de tres asientos, y los otros dos están también ocupados. De repente, se levanta el viajero en el otro extremo, y a continuación la persona sentada a nuestro lado se desplaza hacia el asiento que se acaba de liberar.

¿Cuál es la primera idea que nos viene en mente? Algunos de nosotros se sentirán más cómodos por no tener a alguien tan cerca al lado, ya que la distancia ha pasado de ser íntima a personal. Otros no entenderán la necesidad que tenía la otra persona de moverse. Y otros se preguntarán incluso si hay algo en nosotros que está incomodando a esta persona.

De la misma forma, encontraremos diferentes razones que puedan explicar que la otra persona haya cambiado de asiento, como por ejemplo su deseo de estar más tranquila o de respetar una mayor distancia de seguridad en tiempos de Covid.

Si la proxémica influye en los mensajes, conscientes o inconscientes, que emiten y reciben dos personas que no se conocen, podemos imaginar su impacto cuando nos comunicamos con alguien de manera voluntaria.

Una característica de la labor de los cuidadores es que implica estar físicamente muy cerca de las personas que están cuidando, dentro de su espacio personal e incluso íntimo. Si ejercemos esta profesión, estaremos seguramente acostumbrados a esta realidad y la habremos incorporado como parte de nuestro día a día. Sin embargo, ¿nos hemos preguntado cuál puede ser la percepción de la otra persona?

La respuesta a esta pregunta depende de muchos factores, no solo personales, sino también culturales, de educación, edad o género. La cuestión se vuelve todavía más sensible si nos situamos en el primer día, en las primeras interacciones que tendremos con una persona que vamos a cuidar. Imaginemos, por ejemplo, cuál sería nuestra reacción si alguien que no es familiar ni amigo irrumpiera en nuestro espacio vital y se mantuviera a lo largo del día a poca distancia de nosotros.

Por supuesto, nuestro objetivo es el de cuidar, acompañar, ofrecer presencia, cercanía y calor humano, pero como en cualquier proceso de comunicación, lo que importa, más allá de la intención, es lo que percibe nuestro interlocutor. Por este motivo, y con el fin de empatizar con las personas que cuidamos, podemos aplicar unas sencillas pautas de actuación:

  • Ser consciente de la importancia de la distancia, especialmente a la hora de establecer un primer contacto, evitando por ejemplo los gestos bruscos o una actitud personal invasiva.
  • Verbalizar lo que estamos a punto de hacer cada vez que nos acercamos mucho y entramos en su espacio íntimo.
  • Saber modular la distancia en nuestras interacciones, según el momento o la intención que queremos transmitir a la persona que cuidamos.
  • Utilizar el sentido del humor en los momentos en los que una distancia íntima es obligatoria, como durante el aseo o determinados cuidados.
  • Comprobar de vez en cuando que la persona se encuentra cómoda, mediante preguntas o prestando atención a su lenguaje no verbal si le cuesta expresarse.

En definitiva, cada vez que estamos a una distancia personal o íntima de las personas que cuidamos, queremos que perciban lo que les estamos diciendo sin palabras: me importas, puedes contar conmigo, estoy aquí para ayudarte.

Es un paso fundamental para que se vaya generando una relación de confianza mutua, sobre todo en situaciones donde las personas se pueden sentir más vulnerables.

En una época en la que se nos pide que mantengamos cierta distancia en nuestras interacciones sociales, la labor de los cuidadores se hace más complicada pero también más necesaria que nunca para recordarnos la importancia de la cercanía y del contacto humano.

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